MI CAMPIÑA, MI CHICHA Y MIS RECUERDOS (*)
Haber nacido, justo al pie de un volcán, el
Misti, que custodia con mucho celo su ciudad y verde campiña, una de las más hermosas
maravillas del mundo, reconocida por sus tradiciones,
como las peleas de toros y, por el espíritu rebelde de su gente, capaz de
desencadenar revoluciones contra las injusticias; hace que sus hombres y
mujeres tengan un carácter especial e incomprendido por muchos.
Hasta hace unos veinte años atrás Mariano
Medina vivía con sus padres y hermanos en la tierra que lo vio nacer, Socabaya,
un distrito rural ubicado a sólo veinte minutos de la Plaza de Armas de
Arequipa, pero que parecía lejano por su gran campiña que llegaba hasta los
cerros y desde donde se apreciaba al señor Misti en toda su magnitud; y su gente dedicada a las labores agrícolas casi
las 24 horas del día, sin tiempo para dejarse atraer por las modas y costumbres
urbanas.
Parecía que el tiempo se había detenido allí,
pues el progreso no lo invadió tan rápido como sí ocurrió con la mayoría de los
demás distritos de la Ciudad Blanca. Hasta hace un par de décadas, según
cuentan, la movilidad era muy escasa, hasta el pueblo tradicional. Los estudiantes que
acudían a colegios y universidades de Arequipa, padecían para retornar a sus
hogares, algunos tenían que hacerlo a pie en horas de la noche e incluso en
épocas de lluvia debían quitarse los zapatos, para cruzar el río Socabaya, pues
no había el puente que hoy existe.
Don Mariano, tras culminar su profesión de
docente, como muchos jóvenes de su pueblo, emigró a la capital de su provincia
para ejercer su profesión y tras contraer nupcias se quedó a vivir en Arequipa,
pero no por eso olvidaba su verde campiña y aire puro, tan ausente en la gran
ciudad; y a sus hijos siempre les contaba
anécdotas de su infancia.
Recordaba, que cada diez días les tocaba la
mita, es decir, el agua para regar, por
eso desde la medianoche recorría junto a su padre sus chacras, para destapar
los boquerones de las acequias, eran 5 horas de caminata entre sombras y sólo alumbrado
por la luna blanca. Otras noches también acompañaba a su abuela Jacinta en
similar tarea, pero esta matizaba sus jornadas contándole historias de
condenados que se aparecían a la medianoche gimiendo entre los árboles. Esto
hacia estremecer el cuerpo de Mariano cuando pasaba frente del cementerio, de
retorno a casa, mientras los sauces silbaban como murmullos del más allá.
Pero no todo, era terror, Don Mariano también
recordaba alguna escena graciosa, como aquella que ocurrió alguna vez hace
muchos años atrás, en Bellapampa, una
planicie en donde se solía levantar unos tabladillos para el público y
toldos para la venta de ricas viandas como: cuy chactao, rocoto relleno,
chicharrón de chancho y desde luego no faltaba la rica chicha de guiñapo y las
cervezas que eran consumidas en exceso y hasta bien entrada la noche por los
propietarios y aficionados de los toros de pelea.
Sucede que en una de esas tantas jornadas,
realizadas con la finalidad de recaudar fondos para reconstruir el altar de la
Virgen de los Remedios, del templo de San Fernando de Socabaya, la pelea
estelar protagonizada por los toros: “Chavo” de propiedad de su primo Filiberto
y “Matalascallando” perteneciente a la familia de un ex alcalde del vecino
distrito de Hunter, parecía ser una de las más aburridas del programa, pues
ambos toros permanecían frente a frente mirándose y sin hacerse nada durante más
de media hora.
La gente cansada de esperar el inicio de la
pelea, comenzó a silbar y hasta lanzar
marlos de choclo a los toros, cuando de pronto el toro llamado “Chavo” que era
más pequeño que su oponente y por el cual casi nadie había apostado, sorprendió
dando una potente cornada a “Matalascallando”, que de inmediato emprendió veloz
huida llevándose de encuentro uno de los tabladillos. A causa de ello, varios
borrachos cayeron al suelo algunos a pesar de la embestida no soltaron la
botella que sostenían en las manos; otros fueron sorprendidos haciendo sus
necesidades detrás de los troncos; pero lo más gracioso, fue cuando el toro en
su arremetida cogió con uno de sus cachos la canasta de una vendedora ambulante
de manzanas acarameladas y con el otro embistió a la chola lanzándola más allá
con la pollera levantada y dejando a la vista de todos sus caderas sin ropas
íntimas.
A pesar de sus nuevas ocupaciones y el poco
tiempo libre del que disponía, don Mariano no dejaba de visitar a su distrito y
familia para respirar un poco de aire fresco y escapar de la contaminación
ambiental que ahoga más y más a Arequipa, debido al avance del cemento y del
aumento del parque automotor en malas condiciones.
Pero cuando retornaba a su casa no podía
ocultar su pesar y decía a sus hijos, que la campiña que lo vio crecer cada vez
se reduce más y más, pues varios de los que heredaron las tierras de sus padres
y abuelos, ante la escases de agua para regarlas por la falta de lluvias, optaban
por venderlas para construir viviendas y
las autoridades que no se resisten al dinero no demoran nada en darles el cambio de uso, aunque la ley lo
prohíba.
Un día contó que encontró a su abuela Jacinta
furiosa, porque había recibido una notificación de la Municipalidad indicándole
que por una de sus chacras se construirá una nueva vía, que permitirá
descongestionar la avenida principal del pueblo y desde luego facilitar el paso
de los camiones que se dirigen a una mina cercana. El colerón por poco mata a
la anciana que tuvo que ser consolada por sus hijos y nietos durante varios
días.
A pesar de la sequía que afecta a esas zonas,
los familiares de don Mariano que no conocieron otra actividad que la ser
chacarero, no cambian su forma de vida, siguen desvelándose para regar, aunque ahora
cada veinte días, y se levantan todos los días a las 4 de la mañana para sacar
la leche de su vacas, que luego venden a 0.80 céntimos el litro a la fábrica de
leche evaporada, cantidad que no cubre sus costos, pero ellos siguen tercos en
esa actividad porque la chacra es su vida.
No obstante las limitaciones económicas, dice
don Mariano, que en cada cumpleaños se reúne toda la familia, los que todavía
viven allí y los que se fueron en busca
de una vida mejor, para compartir unos
ricos picantes y ahogar sus penas con un
bebe de chicha.
A veces también, don Mariano se reúne con sus amigos de la
ciudad, como son: don Juan Muñoz y Miguel
Gonzales que también provienen de familias chacareras y se ponen a comentar sobre los problemas de
Arequipa: la falta de agua para regar las chacras, la contaminación del río
Chili, el descuido de las autoridades para preservar la campiña y nuestras
tradiciones que se van perdiendo.
Ellos generalmente se reúnen en una
picantería llamada “La Ramada” los días lunes para almorzar un rico “chaque de
tripas” y un “locro de pecho” que acompañan con un mote de habas; y entre sorbo
y sorbo de chicha, tratan de encontrar una salida a los líos de la Ciudad
Blanca.
Como no surge un nuevo Mariano Melgar, entre
nuestros jóvenes, para que encabece una revolución
que ponga freno a estas malas autoridades que no cuidan el medio ambiente, dice
don Juan.
Si necesitamos un profesional talentoso y
honrado que sepa conducir los destinos de Arequipa, que no se venda y trabaje
por preservar nuestras costumbres, señala Manuel Gonzales, quien critica a los
jóvenes que prefieren cantar reguetón en vez de aprenderse siquiera un yaraví.
Mientras que don Mariano no se resigna y como
sabe algo de leyes y domina la escritura, dice que algún día recolectará firmas
y presentará un proyecto de ley para que
se declare intangible todas las zonas agrícolas que todavía quedan en los
distintos distritos de Arequipa.
Estos personajes ya se han hecho conocidos en
el lugar, y no falta siempre alguien que se les acerque para saludarlos y compartir
sus ideas, una vez la dueña del local conociendo el talento innato de don Juan
le acercó una guitarra y le pidió que interpretará un yaraví, a lo que accedió de inmediato ganándose el
aplauso de todos los presentes.
Posteriormente, Manuel Gonzales, que desde
chiquito aprendió a recitar poemas lonccos, no se quedó atrás y ofreció uno de
sus versos favoritos: “Más qui seya un zapallo” de Artemio Ramírez Bejarano”.
El no sólo cosecho aplausos sino que la
gente pedía otro, otro…
A partir de ese entonces, cada vez más gente
concurre a la citada picantería y el sentimiento por conservar las costumbres
de nuestra Arequipa va en aumento.
(*)
Esta historia es real sólo se ha cambiado el nombre de los verdaderos
personajes.
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