APRECIEMOS EL PODER Y EL VALOR DEL AGUA



Arequipa necesita prioritariamente de más represas


Nuestra vida depende del agua, pues sin ella no hacemos nada; y su importancia  la hemos comprobado los arequipeños, cuando sufrimos el corte agua potable hasta por 6 días en algunos casos, a consecuencia  del ingreso de un huayco que causo daños en la bocatoma  que abastece a la Planta de Tratamiento de Agua Potable “Miguel de la Cuba Ibarra” de Sedapar.
Fueron días en que la gente  deambulaba con balde en mano  por las calles de la ciudad en busca de un poco de agua para sus necesidades vitales, interminables horas de crisis en que los teléfonos de Sedapar, de los municipios y de las emisoras no pararon de sonar  por las constantes llamadas de los usuarios que exigían se les dote del líquido elemento, hasta la redes sociales explotaron y los jóvenes que creen no vivir sin Internet, comprendieron que esta red puede brindar distracción, información, morbo y hasta dinero, menos agua para la sed. Seguramente también muchos se arrepintieron de no haber guardado agua sabiendo que en época de lluvias cualquier cosa puede suceder.


Claro si fuéramos provisores y más coherentes en nuestras vidas, empezando por quienes ostentan el poder y construyen  de todo, menos represas, estas y otras emergencias podrían superarse sin mayor problema. Pero no, en nuestra existencia nunca damos el valor que realmente tiene al agua; pues cuando la tenemos, la desperdiciamos irresponsablemente; cuando amenaza una sequía, pedimos la Virgen de Chapi que llueva; y cuando llueve,  moja mucho y nos causa estragos, porque irresponsablemente construimos donde no debimos hacerlo, nos lamentamos y dejamos que millones de metros cúbicos de agua dulce se pierdan en el mar.
Estamos a puertas de cumplir 30 años de ejercer esta noble e ingrata profesión de periodista y como reza el dicho,  en este tiempo “hemos visto correr mucha agua bajo el puente”.
Recuerdo que cuando era una infante, mi madre me contaba que por años 20, 30 y 40 del Siglo XX, en Arequipa, en los meses de enero y febrero llovía a cántaros; ella que siempre vivió en el corazón de la Ciudad Blanca, recordaba  como por sus estrechas calles adoquinadas, el agua corría hasta con 40 o más centímetros de altura, debiendo la gente quitarse los zapatos y remangarse la ropa para poder caminar.  La torrentera que discurría por lo que es ahora la Av. Venezuela, cubría todo el ancho de esa vía y hasta más; por eso los puentes, Grau, Bolognesi y Bolívar, los hicieron tan largos y altos, para que el agua pasara sin problemas en tiempos de lluvias.
Quienes ya contamos más de 5 décadas vividas, logramos ver algo de aquellas lluvias torrenciales de las que hablaban nuestros antepasados, que comparadas con las precipitaciones actuales, no son nada.
Aún por los años 70 del siglo pasado, cruzar por estos meses el puente Bolívar o de Fierro para llegar a la otra banda, parecía interminable y cuando nos deteníamos frente a una de sus barandas para contemplar la majestuosidad de nuestro nevado volcán y mirar el transcurrir del caudaloso Chili, sentíamos que nos mareábamos y que el movimiento de las aguas  quería atraernos.
De fortísimas precipitaciones pluviales vividas, varios se han quedado grabados en nuestra memoria, como aquellas ocurridas en febrero de 1976, llovió mucho durante varios días y producto de la gran remojada, la torrentera de la Av. Venezuela se desbordó a la altura del mercado de Productores, el agua, acompañada de piedras, lodo y basura inundaron dicha vía de 2 carriles, las calles trasversales, incluso los torrentes ingresaron a los jardines de varias viviendas de las urbanizaciones Ferroviarios y Juan el Bueno, incluso ratas enormes que parecían conejos salieron de los desagües desbordados.
En esos días, las tormentas eléctricas y las lluvias eran muy intensas y continuas, por lo que la gente mayor en sus hogares rezaba implorando  al Todopoderoso que calmara su furia. Entre tanto, que los más jóvenes subíamos a los techos con escoba en mano para  desaguar las “piscinas” formadas por la lluvia, tarea que teníamos que realizar varias veces en un solo día, y que dejaba nuestras manos adolescentes llenas de ampollas.
Una de esas lluvias torrenciales  derribó el muro de casi 6 metros de alto por 100 de largo del antiguo coliseo de mi Colegio Independencia Americana, colindante con el mercado La Parada, que por esos años funcionaba frente al Barrio Obrero Nº 2. El muro tardó varios años en restituirse y mientras tanto fue reemplazado por una malla metálica por donde fácilmente la pelota de los alfeñiques se perdía entre los camiones de fruta. En aquella ocasión también cayó parte del cerco de la empresa Enafer Perú (hoy Perú Rail) que tiene por la calle Manzanitos.
En ese entonces tampoco era raro que los huaycos obstruyeran el Canal Zamácola, abastecedor de agua para la Planta de Tratamiento de la Tomilla, y por tanto Arequipa se quedaba sin el líquido elemento varios días. Felizmente, quienes vivíamos en las urbanizaciones, Obando, Ferroviarios, Juan el Bueno y la naciente Juventud Ferroviaria no nos preocupábamos demasiado porque con balde mano corríamos  a la empresa ferroviaria por el portón de la calle Martinetti, para que nos dieran agua cristalina procedente de un pozo subterráneo.
Mientras hacíamos la larga cola, era motivo para charlar con nuestros amigos y comentar sobre el paisaje férreo que teníamos al frente; pues era asombroso ver como los brequeros caminaban y saltaban de un vagón a otro en pleno movimiento, mientras que los carrilanos, corrían entre las rieles para mover las palancas y cambiar el recorrido de los trenes, en tanto que los maquinistas hacían sonar sus agudas bocinas para advertir el paso de sus locomotoras.
A los chicos y chicas de entonces nos impresionaba también ver  los trenes de pasajeros que llegan con turistas ataviados de grandes mochilas, en una oportunidad vimos descender a un grupo danzarines de nuestro altiplano, cargados de máscaras multicolores de diablos y de voluminosas indumentarias de monos; con ellos venían varios músicos con ternos llamativos e instrumentos relucientes. En aquellos años siempre llegaban delegaciones de danzarines para presentarse el día de carnaval en el Estadio Melgar. Estos grupos se alojaban en tambos o posadas de la calle Víctor Lira, desde donde el domingo de carnaval bajaban danzando por la Av. Independencia acompañados de bulliciosas bandas rumbo al recinto de IV Centenario.
Sin duda eran épocas en que se presentaban los mismos problemas que ahora pero la gente todavía se tomaba su tiempo para disfrutar más las cosas simples de la vida y los enojos se olvidaban más pronto. Al parecer, el juego y el deporte que se practicaba en todos los barrios permitía que los niños y jóvenes ser más agilitos y solícitos para realizar los mandados de sus padres.  
Hoy la disponibilidad de los medios electrónicos de comunicación y la habitualidad a los delivery, hace que la gente antes que salir a buscar un poco de agua primero use su celular para pedir que Sedapar o los municipios, le provean de elemento vital cuanto antes y de ser posible en la puerta de su casa.
Otro año de lluvias copiosas, vigente en nuestros recuerdos es 1989, cuando el 8 de febrero a consecuencia de las intensas precipitaciones, las represas  colmaron su capacidad siendo necesario abrir las compuertas de Aguada Blanca lo cual incrementó ostensiblemente el caudal del río Chili, que al pasar por el puente Grau, se encontró con una gran barreda que interrumpía su paso, eran unos montículos de materiales de construcción y el encofrado para la construcción de un nuevo paso a llamarse “Bajo Grau” pero bautizado desde ese entonces como “Puente El Burro” en alusión del alcalde que ordenó su construcción en plena época de lluvias sin prever el desastre que ocasionaría. Fue un gran desborde que inundo de lodo y piedras  hasta en 3 metros de altura toda la avenida La Marina y varias viviendas del Barrio Obrero Nº 1.
Eran aproximadamente las 5 de la tarde, cuando a través de una emisora radial se dio la voz de alerta sobre el incremento del aforo del Chili,  nosotros que ya nos disponíamos a concluir nuestra labor diaria en la redacción del diario El Pueblo, no podíamos irnos a nuestra casa sin cubrir la noticia de último minuto. Recuerdo que junto a otros colegas nos dirigimos al Puente Bolognesi para observar al río, pero grande fue nuestra sorpresa, pues apenas dimos unos cuantos pasos sobre dicho viaducto, vimos como un gran avalancha de agua que amenazaba con alcanzar el techo del puente, venía arrastrando árboles, piedras y hasta los monumentos de los héroes marinos que fueron ubicados en la berma central. De inmediato nuestro instinto de conservación nos hizo caminar en reversa para poner a salvo el pellejo, y tras superar el susto retornamos para tomar nota de las incidencias y ponerlas en blanco y negro. El desastre fue tal que trascendió a nivel internacional, pues las pérdidas humanas y materiales fueron cuantiosas;  al día siguiente, desde el Presidente de la República  hasta el más humilde  de los pobladores acudieron al lugar, para observar la hecatombe ocasionada por la irresponsabilidad del hombre y castigada por el poder destructivo del agua.
Esa tarde también volvió a desbordarse la torrentera de la Av. Venezuela y las calles vecinas quedaron inutilizadas;  otra vez tuvimos piscina en el segundo piso de nuestra casa ; también el agua escaseó y los arequipeños pasamos días difíciles.
Algo similar ocurrió por la misma fecha aunque en mejor proporción, el 9 de febrero del 2013, cuando se edificaba un nuevo intercambio vial en la Av. Venezuela entre las calles Víctor Lira y Malecón Socabaya, otra vez las aguas de la lloclla protestaron por el estrechamiento de su cauce, cobrando algunas víctimas y heridos, arrasando encofrados y materiales de construcción. En forma increíble, los torrentes de lodo derribaron la pared del mercado pesquero El Palomar, luego arrastraron  las congeladoras y liberaron los pescados que después de muertos nadaron hasta el final de la vía junto a maderas y troncos de árboles que el agua con su poder arrancó de raíz.
Y los desastres continuarán, aunque ahora se sepa con anticipación cuanto y en qué momento lloverá gracias al avance tecnológico, porque tal parece que al ser humano le gusta tentar la furia de la naturaleza, construyendo sus casas sobre lechos de torrenteras, a ciertas autoridades también les agrada la adrenalina o las adendas, pues justo se ponen a construir intercambios y pistas en épocas de lluvias, pero nunca represas para guardar agua para "mayo" o el resto del año.
El agua es vida sin ella morimos de sed en pocas horas y cuando abunda recobra los caminos que le hemos quitado y nos hace sentir su poder para recordarnos que debemos respetarla y es un tesoro muy valioso que no deberían derrochar ni dejar que se pierda como hasta ahora. Por eso señores autoridades construyan nuevas represas y vasos reguladores, para no padecer de agua en pleno aguacero!!!


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