EL FUNERAL EQUIVOCADO


(Cuento)

Eran las 3.45 de la tarde, debía apurarme para llegar a tiempo, salí volando de casa y al llegar a la esquina de la avenida Venezuela tome el primer bus que pasaba por el Cementerio de La Apacheta, mientras viajaba iba pensando: “Que rápido corre el tiempo, quise ir a visitarlo hace unas semanas y siempre algo me lo impedía, y postergue la visita para otro día, hoy por la mañana quise ir al velorio y mis labores hogareñas me lo impidieron, ahora quise salir temprano para alcanzar a la misa de cuerpo presente y nada. ¿Y ahora que me más me puede pasar? me pregunte.

De pronto la voz del cobrador me sacó de mis pensamientos: “Cementerio, ¿baja alguien en Cementerio? De inmediato me apresuré a descender del vehículo y camine presurosa hacia la puerta del panteón mientras consultaba mi reloj de pulsera, eran las 4 con cinco minutos. Ya no debía tardar en llegar el cortejo fúnebre. Y efectivamente por la avenida se acercaba una carroza seguida por varios vehículos entre ellos un bus lleno de gente.

-¡Uh llegue a tiempo! dije para mis adentros.

En la pizarra del panteón figuraban 3 sepelios: el primero de una señora realizado en la mañana, luego estaba el de mi buen amigo un sacerdote español que vino a laborar por estas tierras hace más de 20 años y se quedó hasta que un temible cáncer al estómago apago su vida; luego figuraba el nombre de otro señor desconocido al que no preste mucha atención.

El cortejo hacia la última morada de mi amigo se inició, lo llevaban en hombros varones, algunos con aspecto extranjero y otros con mandil blanco; era lógico pues a las exequias tenían que llegar sus familiares de España y, sus amigos médicos, con los cuales compartió momentos espirituales en el hospital ubicado al lado de su Parroquia, desearían cargarlo. Además entre los acompañantes había gente de toda clase, que seguramente en más de una oportunidad recibió el consuelo bondadoso de aquel ministro de la Iglesia.

La muchedumbre iba entonando canciones religiosas a través del largo pasillo que conduce desde el ingreso del Cementerio hasta el fondo del mismo donde se encuentran los nuevos pabellones de nichos. Y yo mientras caminaba confundida entre el tumulto de gente, me seguía lamentando el no haberlo visitado antes para darle algo de aliento y de esta manera retribuir en algo sus buenos consejos, cuando recién iniciaba mi vida matrimonial o por aquellos panecillos recién salidos de su horno que siempre me invitaba cuando lo visitaba en su parroquia; ahora sólo me quedaba rezar por su descanso eterno junto al Padre, al que sirvió en vida.

De pronto, mis lamentos se interrumpieron al ver que féretro era ingresado a un nicho de la última fila de un pabellón de dos niveles.

-¿Qué raro?, ¿Por qué no lo sepultan en la cripta de su Orden Religiosa? o ¿Será que su última voluntad fue descansar entre la gente común?, me interrogue desconcertada.

De inmediato oí, el llanto desgarrador y desesperado de una joven, que gritaba desconsolada: “¿Papá por qué te has ido?”

- ¿Qué tenía una hija? No puedo creer que fue uno más de esos sacerdotes que infringieron el Celibato. Ahora entiendo porque lo entierran aquí, y parecía tan honesto el padrecito, me dije para mis adentros.

Consulte nuevamente mi reloj y ya eran 20 para las 5 de la tarde, entonces decidí retirarme pues debía estar en otro lugar a las 17 horas; pero antes dirigí por última vez mi mirada hacia el nicho en donde un obrero terminaba de pintar las letras del finadito, y grande fue mi sorpresa al leer el nombre de un desconocido.

-¡Qué! ¡Me equivoque de entierro!, exclame sorprendida y confundida.

Entonces salí raudamente y al pasar por el pizarrín del cementerio y leer nuevamente su contenido, me di cuenta que por error habían escrito en segundo lugar el nombre de mi amigo, cuando su sepelio era el tercero y último en realizarse. Además en la puerta había mucha gente que comentaba las virtudes del finado sacerdote que por algún motivo demoraba en llegar a su última morada.

Me detuve entonces un momento, mientras el tiempo seguía pasando, ya faltaban sólo 5 para las 5 de la tarde; cuando el sonido de la sirena de una ambulancia anunciaba que ya llegaba por fin el féretro del “Pastor de ovejas perdidas”. Apenas tuve tiempo de ver la pequeña caja que contenía sus restos mortales, reducidos por la enfermedad letal, oré y avergonzada pedí perdón por haber pensado mal de aquel buen hombre que entregó su vida al servicio de Dios.

Me retiré más avergonzada que cuando llegue al camposanto, porque tampoco pude despedir ni acompañar como era debido, hasta su morada final a mi buen amigo, pues había otros que me aguardaban impacientes en otro lugar.

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